El Imperio Persa

Los arios, al establecerse en Irán, dieron origen a dos grupos principales, los medos y los persas, vasallos de Asiria. Los medos se liberaron en 624-612 aC de los asirios y reforzaron su predominio sobre los persas, que sin embargo alrededor del 550 aC los derrotaron, asegurándose una posición en el imperio. En su origen los persas y medos eran pueblos nómadas del Golfo Pérsico, en las fronteras del Imperio Asirio.


Tumba de Ciro el Grande
 Bajo el reinado de Ciro II tomaron Babilonia. Posteriormente, y también bajo Ciro el Grande, derrotaron al rey Creso de Lidia en la batalla del río Halys y anexionaron Canaán (Palestina), poniendo fin al Reino de Judá. Su sucesor, Cambises II, trasladó la capital a Babilonia y anexionó Egipto tras ganar la batalla de Pelusio, siendo nombrado Faraón.


El Imperio Persa, año 490 aC
El siguiente rey persa, Darío I el Grande, llegó al poder tras una serie de intrigas que incluyeron el asesinato del legítimo heredero, Esmerdis. Atravesó los Dardanelos y conquistó Tracia, llevando a cabo una fallida campaña contra los escitas de la ribera norte del Mar Negro. Bajo su reinado las ciudades griegas de Chipre y Asia Menor se rebelaron. La revuelta fue pronto detenida gracias a la ayuda de la flota persa. La campaña de represalia que éste condujo contra la Hélade inició las Guerras Médicas.


 

En el 485 aC, a Darío le sucedió su hijo Jerjes I, llevando a cabo una campaña en Grecia, conocida por las batallas de las Termópilas, donde 300 espartanos se hicieron famosos por permitir gracias a su sacrificio que la flota ateniense se replegara de forma ordenada, permitiendo que la mayoría de la población de Atenas se salvara para poder pelear después en Salamina y en Platea. El sacrificio de Leónidas y sus 300 espartanos motivó de manera ejemplar a los griegos.
El imperio llegó a su fin al ser derrotado por el ejército de Alejandro Magno quien ordenó la destrucción de Persépolis en lo que constituye uno de los hitos de la historia universal.

El gobierno estaba a cargo de una monarquía absolutista, con la cual colaboraban gran número de funcionarios. El territorio fue dividido por Darío en 20 satrapías, siendo las más importantes las de Lidia, Media, Asiria, Babilonia, Egipto e India, comunicadas por una gran red de caminos, contando con postas para cambiar sus cabalgaduras.
A cargo de las satrapías, estaban los sátrapas, que imponían a los habitantes fuertes tributos que servían para mantener el ejército. El pueblo persa pagaba impuestos sólo en ocasiones extraordinarias. A su vez, los sátrapas, eran supervisados por los inspectores reales, a quienes se los denominaba “los ojos y oídos del rey”.


La capital religiosa era Persépolis, construida por Darío I, y las tres capitales administrativas, eran Susa, Ecbatana y Pasargada. En todas ellas se erigieron importantes palacios para honrar al soberano.


Contaban con un poderoso ejército, destacándose la guardia real, formada por diez mil hombres (los Diez Mil Inmortales) que realizaban la defensa del territorio y la conquista de otros nuevos, pero con una actitud respetuosa hacia los pueblos dominados, a quienes reconocieron su identidad cultural, al respetar su religión y sus costumbres. Por ejemplo, los judíos pudieron volver de Babilonia a Palestina y reconstruir el Templo de Jerusalén.

 
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