Los Credos. El Credo de San Atanasio

De los dos credos clásicos, el Credo de los Apóstoles pertenece en su contenido esencial a la época apóstólica, aunque no es obra de los apóstoles. Tuvo su origen en forma de confesión de fe usada para la instrucción de catecúmenos y en la liturgia del bautismo. Se basa en una fórmula corriente en Roma c. 200, aunque la forma actual del texto no apareció antes del siglo VI; lo usan los católicos romanos y muchas iglesias protestantes, pero nunca ha sido validado por las iglesias ortodoxas orientales.

El otro credo clásico, el Credo de Nicea, era una expresión de la fe de la iglesia según lo definido en los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381), y reafirmado más adelante en los de Efeso (431) y de Calcedonia (451). Su uso en la adoración eucarística no es muy anterior al siglo V. La cláusula llamada Filioque ("y del Hijo"), que expresa la doble proveniencica del Espíritu Santo, fue agregada en el tercer Concilio de Toledo (589). El credo de Nicea es utilizado por los católicos romanos, muchos protestantes y ortodoxos orientales; estos últimos, sin embargo, rechazan la cláusula del Filioque.

 

Al Credo de San Atanasio (conocido a veces como el Quicumque, por sus palabras latinas iniciales) se le menciona claramente por primera vez en el siglo VI, y su atribución a Atanasio es insostenible; es de origen latino y en la Edad Media fue usado regularmente en el servicios de la Iglesia. A partir de la Reforma el uso litúrgico del credo de Atanasio quedó confinado principalmente a la Iglesia Católica y a la Comunión Anglicana, aunque hoy en día se reza muy rara vez.




Credo "Quicumque" (Quienquiera) o "de San Atanasio"
Quienquiera desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe Católica:
quien no la observare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente.
Esta es la Fe Católica: que veneramos a un Dios en la Trinidad y a la Trinidad en unidad.
Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias.
Porque otra es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo:
Pero la divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad.
Como el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo.
Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo.
Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo.
Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no tres eternos, sino uno eterno.
Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno inmenso.
Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente.
Como es Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no tres dioses, sino un Dios.
Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es Señor el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no tres señores sino un Señor.
Porque, así como la verdad cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la religión católica nos prohibe decir que son tres Dioses o Señores.
Al Padre nadie lo hizo: ni lo creó, ni lo engendró.
El Hijo es sólo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado.
El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo: no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente de ellos.
Por tanto, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos.
In en esta Trinidad nada es primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas la tres personas son coeternas y coiguales las unas para con las otras.
Así, para que la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad sea venerada por todo, como se dijo antes.
Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad.
Pero, para la salud eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
Es pues fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre.
Es Dios de la substancia del Padre, engendrado antes de los siglos, y es hombre de la substancia de la madre, nacido en el tiempo.
Dios perfecto, hombre perfecto: con alma racional y carne humana.
Igual al Padre, según la divinidad; menor que el Padre, según la humanidad.
Aunque Dios y hombre, Cristo no es dos, sino uno.
Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por Dios.
Completamente uno, no por mezcla de las substancias, sino por unidad de la persona.
Porque, como el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y hombre son un Cristo.
Que padeció por nuestra salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos.
Ascendió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente; de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos.
A su venida, todos los hombres tendrán que resucitar con sus propios cuerpos, y tendrán que dar cuenta de sus propios actos.
Los que actuaron bien irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno.
Esta es la fe católica, quien no la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse.
Amén.


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